BRIGHTON ROCK, NOVELA DE GRAHAM GREENE

 Graham Greene, al contrario de otros novelistas, parte de un mundo en quiebra moral para, desde ahí, ir remontando la cuesta hacia una, no segura, pero sí posible, regeneración de la humanidad. Sigue el modelo del cristianismo: una propuesta de amor que florece en el seno mismo de la perversión moral que provocó el derrumbe de los imperios de la antigüedad europea.

 Se aparta del mundo edénico en el que una falta a la pureza era despiadadamente castigada por su Dios iracundo hasta llevar a la transgresora, a morir sin esperanza, bajo la lluvia de piedras arrojadas por los hombres, también perversos, o bien a terminar entre remordimientos colgado de la rama de un árbol.

 Graham Greene empieza su obra Brighton Rock en el punto mismo de la desesperanza. Es el tema de la “humanidad occidental”, de los últimos veinte siglos, contado en una novela.

 Sus personajes son unos despiadados criminales, extremadamente jóvenes, jugadores de apuestas, extorsionadores y más, comandados por Pinkie Brown. Un muchacho, católico, que cuando niño era cruelmente castigado en la escuela por sus maestros. Ya de grande no siente mayor interés por ninguna clase de sexualidad. Sus prioridades son otras.  Ahora quiere arrebatarle las calles a otro hampón. Pero éste, de mayor experiencia, con suficientes contactos con la policía y la prensa, y con una banda delictiva mejor organizada por su jefe, un judío de nombre Calleoni.

 Este es el contexto callejero de Brighton Rock donde el personaje más puro, Rose, una muchacha de dieciséis años de edad, es una callejera:”la más barata, joven e inexperta paloma de Brighton.”

 Pinkie es el jefe de apenas veinte años de edad que quiere arreglar su mundo, silenciar a su mundo, mediante el recurso de ir asesinando a quienes conocen algo de él que, contándolo a la policía, pueda enviarlo a la silla eléctrica o la cárcel para siempre.  Pero los que pueden saber esa clase de secretos son miembros de su  banda. De tal manera que mediante esa labor de “limpieza” el propio jefe es el que empieza a desorganizar a su  grupo.

Ya ha eliminado a varios. Pero aun queda otro testigo de sus crímenes. Ella es Rose, la mujer joven, desprovista de todo atractivo físico, y con la que se casa para taparle la boca y no vaya a contarle cosas a la policía. Casados la tiene cerca para vigilarla, así como eliminarla con facilidad cuando crea que ha llegado el momento.
Graham Greene

 Además Rose es tan inocente que llega a creer que Pinkie en verdad la ama. Más aun, sabedora de la actividad criminal de su esposo, al que llega a querer de verdad y con una pasión increíble, está dispuesta a seguirlo hasta la muerte, si eso fuera necesario.

 Cuando las cosas se ponen ya muy comprometedoras, Pinkie urde un plan para eliminar a Rose. Le propone suicidarse los dos. Pone una pistola en manos de la muchacha y le dice que después que ella haya disparado contra su propia cabeza él hará lo mismo. Así, los dos irán a vivir juntos y para siempre en el otro mundo. Ella lo cree pues es una católica simplona a la que le falta malicia y acepta suicidarse. Pero en el último momento duda y tiene miedo de morir y arroja el arma.  Es el tiempo en el que tiene lugar el desenlace. Al ver que su plan falló, y lo que le espera es una larga vida tras las rejas, Pinkie se suicida.

 Al final Rose va a confesarse. Después de escucharla, el viejo sacerdote le propone que enderece su vida. “¿Y si quedé embarazada?”,le comenta Rose, a lo que el sacerdote la invita a que, de ser cierto, eduque a su hijo llevándolo por la camino del amor cristiano que toda gente debe recorrer…

 Graham Greene es el gran novelista inglés incomprendido, o indescifrable, en México. A raíz de su conversión al catolicismo, los protestantes lo ven a la distancia. La laicidad mexicana lo considera con recelo por haber escrito tal vez la mejor novela de la guerra cristera mexicana. Y muchos de los católicos mexicanos no lo descifran porque precisamente desconocen que el tema, sempiterno de este novelista, es seguir el modelo de Cristo: partir desde el mundo quebrado moralmente hacia la regeneración. Piensan no pocos mexicanos que los sacerdotes católicos no son humanos, y sí santos, al estilo de una entelequia, y el personaje central de su novela, sobre los cristeros, El Poder y la Gloria, es un sacerdote demasiado humano…


 Henry Graham Greene (Berkhamsted, Hertfordshire, 2 de octubre de 1904 – Vevey, Suiza, 3 de abril de 1991) fue un escritor, guionista y crítico británico, cuya obra explora la confusión del hombre moderno y trata asuntos política o moralmente ambiguos en un trasfondo contemporáneo. Fue galardonado con la Orden de Mérito del Reino Unido.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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