Eurípides, Hipólito y el sentimiento de culpa

Afrodita Urania, la del amor sensato, es muy celosa si algún mortal no le rinde ofrendas. El celibato, por ejemplo, es imperdonable.

Una subyacente advertencia que con los instintos y con el amor no se juega. No se le puede ignorar y salir impune.  Se muere el que no satisface los instintos (comer, beber, etc. ). El instinto sexual es el que perdona   la regla, en el corto plazo,  pero a la postre nos espera cierta clase de neurosis...

 Esto va a pasar con Hipólito, que le rendía homenaje a Artemisa, no a Afrodita.  Artemisa, es la diosa de la caza y de la virginidad perpetua.   La misma diosa Artemisa le dirá a Hipólito, ya moribundo: “Enojada (Afrodita) porque no la dorabas, s e vengó de tu castidad”.
Los coros, los semicoros, las estrofas y los epodos, van relatando el ambiente emocional en el que se ven envueltos los personajes de esta tragedia.

En cambio Afrodita Polimia, la de los amores múltiples, también llamados populares, puede con facilidad  rebasar  tal  medida que los enamorados acaben perdiendo toda mesura. Al punto de comprometer la seguridad en la que se vive y la vida misma. Esto le va a suceder a Fedra

Teseo es el rey de esa ciudad e Hipólito su hijo. Fedra, la esposa de Teseo, pero no madre de Hipólito, desarrolla un interés sensual hacia Hipólito. Tiene conciencia de ese sentimiento pero ni siquiera s e lo  da a conocer de ninguna manera a Hipólito. Lo guarda precavidamente para ella, en secreto. Hasta que en un momento de necesidad, de comunicárselo  a alguien, se lo dice a su nodriza. La nodriza, creyendo  facilitarle  el camino a Fedra, se lo comunica a Hipólito. Éste se horroriza al saber semejante intención de su madrastra.  A su padre lo  quiere y respeta mucho. Además, como se ha apuntado, Hipólito no es muy inclinado al galanteo.

La obra toca un tema eterno en la humanidad y es el de los hijos de segundos matrimonios.  El padrastro o la madrastra tiene que ser de un temple, humano y cultural, para no hacer desdichados  a los hijos de esa clase de adopción. Estos hijos sufren al punto de desear no haber nacido. Hipólito exclama: “¿Oh infelicísima madre¡¿Oh funesto día en que  nací, Que ninguno de mis amigos sean jamás bastardos”.

Cuando Fedra se entera que su nodriza le ha comunicado sus sentimientos a Hipólito,  es presa de una extraña mezcla de vergüenza y de ira, con relación a Hipólito. No existe acercamiento de uno hacia el otro pero Fedra se ofende tanto  que decide vengar lo que ella llama la más grande ofensa hacia su persona por parte de Hipólito. El desdén que ha hecho Hipólito ha herido el ego de Fedra a tal punto que de inmediato se incuba en su pensamiento el deseo de venganza. Concibe la idea que Teseo mate a su propio hijo. Para ello Fedra se ahorca y muere. Pero cuando Teseo  descuelga el cadáver encuentra en su mano una tablilla. En ella Fedra le dice que Hipólito abusó de ella y que llena de vergüenza prefiere morir: “Hipólito se ha atrevido a manchar por fuerza mi lecho”.

Es cuando Eurípides profiere, contra las mujeres, adjetivos tan despiadados como seguramente antes no se dijeron. Eurípides es, sin lugar a dudas, la fuente de inspiración para los misóginos de los siglos que estaban por llegar: Schopenhauer, Nietzsche, Somerset Maugham, Jardiel Poncela…El sabio sacerdote Angel Ma. Garibay K, traductor de Eurípides (Editorial Porrua, México,2006) tiene una opinión diferente respecto a Eurípides y se pueden citar casos como el de Macaria, en Los heraclidas, Alcestes, etc,

Tal como lo pensó Fedra, al instante Teseo piensa en darle muerte a su hijo. Para tal efecto pide al dios Poseidón, señor de los océanos, su protector,  que Hipólito muera. Le reclama a Hipólito y lo expulsa del reino. Hipólito le jura su inocencia pero el padre está ciego de ira y no le cree.

Hipólito se marcha pero en el trayecto ve que el mar arroja un ser extraño. Al acercarse resulta ser un espantable toro y mata a Hipólito. Desde entonces existe la frase “No le pidas nada a los dioses, que tal si te lo cumplen”. Teseo le pidió a Poseidón la muerte de su hijo convencidísimo que pedía una cosa justa. Después exclamará: “Quisiera no haberlo invocado nunca”. El cristianismo mejorará la fórmula diciendo a Dios: “Te pido esto, pero en todo caso que se haga tu voluntad”.

Al final Eurípides da un brochazo que, veinticinco siglos más tarde, la psiquiatría estará buscando la solución. Cuando Teseo descubre la maldita trama de Fedra y pide perdón a su hijo. Éste le dice en sus últimos segundos de vida: “Deploro tu suerte, más que la mía, a causa de tu yerro”. Con esto Eurípides  estaba recurriendo a una tesis de Sócrates que dice que, en situación de ofensa, pierde más el agresor que el agredido. Schopenhauer asegura que el mayor castigo que alguien puede sufrir es llevar el recuerdo de la ofensa que hizo. El recuerdo lo acompañará hasta su muerte.  Jesús, más sintético, decía no contestar la ofensa, todo lo contrario, poner la otra mejilla. El segundo golpe en la mejilla fue lo que conquistó religiosamente al imperio romano. Los cristianos, perdiendo, ganaban.

Todo esto lo dijo Hipólito en pocas palabras: “Deploro tu suerte, más que la mía”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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