Aristodemo y Sócrates, en El Banquete

"Es bello amar cuando la causa es la virtud”. Con este pensamiento se abre el tema de El banquete para establecer que en realidad hay dos clases de amor. Eros es dios del amor y Afrodita su compañera. Pero si hay dos clases de amor hay dos Eros y dos Afroditas. Estas reflexiones las hace Pausanías, uno de los asistentes al banquete.

(Otra tradición presenta a Eros como hijo de Afrodita. Según esta versión Ares y Afrodita  tuvieron cuatro hijos:Harmonia, Deimos,Fobos y Eros)

Aristodemo, del pueblo de Cidatenes,”un hombre pequeño que siempre anda descalzo “y que asistió al banquete, le cuenta los detalles del mismo a Apolodoro, de Atenas. El banquete tuvo lugar en la casa de  Agatón. A él asisten, entre otros, Fedro,  Pausanías el médico, Eriximaco y el poeta cómico Aristofanes. La fiesta es en honor de Sócrates. Varios tomaron la palabra. Tiempo después, no se sabe cuántos años, Apolodoro le relata a un amigo lo que en esa ocasión se habló en la casa de Agatón.

Los filósofos esperan a Sócrates para hablar con él del amor. Sócrates se queda parado en la puerta sin decidirse a entrar. Los otros le instan a que  se les reúna. Sócrates decide entrar hasta que los otros han terminado de comer. Hay todo un símbolo en esta extraña actitud. El filósofo pone contraste entre la actitud mundana y la espiritual. La filosofía, dice Sócrates, es una cuestión por demás rara. El sabio no filosofa y el ignorante tampoco. Los que filosofan, dice Diotima, una especie de maestra de Sócrates, son los que ocupan un término medio entre los ignorantes y los sabios. Diotima fue la que enseñó a Sócrates todo  lo referente al  amor “y otras cosas”.  

Dos bellezas, la del cuerpo y la del alma. Dos amores, el fácil y el difícil. Amor de paso, amor estable. El cuerpo es el vehículo mediante el cual s e puede manifestar el alma. Como un proceso, como un devenir. Para explicarlo Sócrates se va a referir a dos bellezas. A dos Eros, a dos Afroditas: “Debe considerarse la belleza  del alma como más precisa que la del cuerpo. De suerte que un alma bella. Aunque esté en un cuerpo desprovisto de perfecciones, baste para atraer su amor y cuidados, y para ingerir en ella los discursos más propios  para hacer mejor la juventud”. Así, esta belleza del alma no es una entelequia intelectual sino que tiene el propósito de impactar positivamente a la sociedad.

El otro tema con el que empieza El banquete es con el pensamiento de que se desea lo que no se tiene: “El que desea le falta la cosa que desea… No se puede carecer de lo que se posee”.  En realidad es como un boomerang. En la potencialidad que el hombre posee la mujer nada aportó. Lo que hace es revelar lo que ya existe en él.  De ahí que las mujeres se afanen en despertar esas potencialidades. Cuando un hombre vaga solo en la vida, sin éxito con las mujeres, sufre porque tiene esas potencialidades pero no encuentra la contraparte dispuesta a revelarlo, a excitarlo. En condiciones normales esto es lo que sucede. Puede acontecer  que por una avería, biológica o mental, el modelo no corresponda a la excitación, pero esta ya es otra historia.


El humano persigue la inmortalidad y ésta es posible mediante la generación y la generación es asunto del cuerpo. Pero nadie quiere unirse con lo feo, sólo con lo bello. La belleza de las actitudes s e libra, no obstante, en el horizonte somático. Amor múltiple  y amor monógamo. El primero está representado por Afrodita Pandemia o Popular o Vulgar y el segundo como Afrodita Urania.

Afrodita Urania derrama en los mortales el amor hacia la belleza. Afrodita  Pandemia provoca el amor corporal. Ahora diríamos un “amor fácil”, caracterizado por las pulsiones, que no acaban de realizarse en  la relación efímera, para empezar otra relación igual de efímera. Para distinguirlo del “amor que busca ser estable”, basado en el modo de ser del otro y en su presencia física.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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